La persistencia del eje político izquierda-derecha (2/4)

Javier Jurado

El eje político izquierda-derecha se resiste a abandonar el ascendiente que tiene en la comprensión de las ideologías políticas, incluso en nuestros días donde desde tantos frentes se habla sin demasiado éxito de su superación. De los muchos enfoques posibles, esto puede analizarse con una mirada naturalista que ya comenzamos en una entrada anterior donde bautizamos como equilibrio Dobzhansky a aquél establecido entre la llamada Tendencia a la Competición y al Dominio (TCyD) y la Tendencia a la Protección y a la Conservación (TPyC). Este esquema del mundo biológico podría servir para interpretar el mundo cultural del comportamiento humano, en particular en su dimensión política, y sobre todo en su formulación ideológica.

En esa primera entrada analizamos de forma enormemente sucinta la presencia de este equilibrio en las primeras sociedades humanas y de la antigüedad. En esta segunda, alcanzamos el período de la Modernidad iniciado en el Renacimiento cuando el equilibrio Dobzhasky existente hasta entonces comenzó a verse alterado: nos asomaremos a la primera versión de la dicotomía izquierda-derecha que, como suele admitirse, aconteció en la época de la Revolución Francesa. A partir de aquí, los acontecimientos se aceleraron en el siglo XIX con la aparición de nuevos equilibrios Dobzhansky configurando la concepción heredada de este eje político.

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El nacimiento histórico del eje político izquierda-derecha

Como es comúnmente considerado, las nociones políticas de izquierda y derecha se originaron en la división física de la Asamblea Nacional Constituyente surgida de la Revolución Francesa en 1789: los diputados favorables al mantenimiento del poder absoluto del monarca se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea, frente a los contrarios al mismo que se situaron a su izquierda. Simplificando un tanto el complejo proceso, podría decirse que la pujante burguesía que demandaba participación política se opuso al inmovilismo del clero y de la nobleza que querían conservar el statu quo amparado por el poder absoluto del monarca, y se valieron de la participación del pueblo para lograrlo.

Como veíamos en la entrada anterior, el equilibriotrois_ordres_ancien_rc3a9gime Dobzhansky presente en las sociedades antiguas encontraba en el absolutismo de la Francia de finales del XVIII una expresión bastante continuista de sociedad fuertemente jerarquizada y centralizada entorno a una cúspide, la figura del poder absoluto del monarca. La nobleza y el clero actuaban como estructuras estamentales subsidiarias que articulaban y posibilitaban este control político, económico y social, con la contrapartida de sus conocidos y considerables privilegios. Sin embargo, el desarrollo económico, científico e ideológico que desde el Renacimiento se venía gestando hizo que el equilibrio establecido fuera a ser poco a poco transformado, con el hito de la revolución como síntoma de esta corriente subterránea, en un nuevo equilibrio entre la TCyD y la TPyC.

Como ya vimos, en el enfrentamiento entre la vida y el empuje de la disolución entrópica, aquélla siempre propone nuevas estructuras cada vez más complejas y ésta las dispersa aumentando su variedad. En este caso, las sociedades antiguas fueron aumentando la complejidad de sus relaciones sociales y sobre todo su capacidad para dominar el medio, a través de la ciencia, lo que las fue transformando. Los modelos más simples y poco estratificados fueron reemplazados por grupos más complejos con subpoblaciones de mayor entidad, como fueron las clases sociales, que comenzaron a establecer nuevas tensiones TCyD por el poder. Entre ellas comenzó a destacar al menos desde la Alta Edad Media la burguesía, tan protagonista en este episodio histórico.

Alrededor de 1789 se escenificó por tanto el encuentro entre dos tensiones a nivel ideológico sobre el equilibrio Dobzhansky:

  • Por un lado, a nivel grupal interno, en la opción conservadora absolutista, que sus detractores triunfantes denominarían Ancien Régime, latía una TPyC inmovilista sobre las prácticas sociales vigentes como garante de la estabilidad social y una TCyD contenida, con mecanismos que legitimaban hereditariamente y por arbitrio del monarca absoluto las posiciones de poder. En frente, la opción liberal era tensada por la TCyD haciéndola partidaria de abrir buena parte de dichas prácticas sociales a una competencia controlada en dos dimensiones fundamentales: el capitalismo liberado de tantas ataduras estatales, y el sufragio democrático, ampliando la competencia por el control político a más capas de la sociedad. Esta movilidad y apertura podían dinamizar socialmente el grupo pero también desintegrarlo.
  • Por otro lado, a nivel individual, en la opción conservadora primaba el dominio (TCyD) de una élite sobre los individuos de la mayoría de la población, desalojados del ejercicio político y por tanto dejados a la suerte de la arbitrariedad absolutista y aristócrata (impuestos, servidumbre,…) y a las inclemencias vitales sin apenas redes de protección social. En frente, sin embargo, se hallaba la opción liberal en la que por primera vez en muchos siglos la TPyC se formulaba en términos del reconocimiento de la participación política y libertad económica de los individuos, capaces así de influir en su suerte, al menos hasta ciertas capas sociales de la población. La demanda de participación ciudadana pretendía aumentar la protección del individuo frente al arbitrio de la élite y en particular al capricho del rey absoluto que se tenía incluso por encima de la ley – L’Etat, c’est moi.

La tabla siguiente muestra esta doble tensión:

  Nivel grupal Nivel individual
ABSOLUTISTA
Clero/Nobleza
Ancien Régime
DERECHA
TPyC
Modelo económico: mercantilismo estatalista
Modelo social: estamental rígido
Modelo político: absolutismo monárquico
TCyD
Reconocimiento privilegiado de ciertos derechos a una élite por cuna y considerable desprotección para la mayoría de la población .
LIBERAL
Tercer estado (burguesía)
IZQUIERDA
TCyD
Modelo económico: capitalista
Modelo social: igualitario dinámico
Modelo político: parlamentarismo democrático
TPyC
Extensión del reconocimiento político de ciertos derechos (sufragio universal masculino).
Libertad económica.

prise_de_la_bastilleIndudablemente, caben muchos matices a esta simplificación. Las aspiraciones de los revolucionarios eran mucho más diversas. Una corriente soterrada que fraguaría más adelante reclamaba un mayor nivel de TPyC sobre los individuos, mayoritariamente empobrecidos. En gran medida, las fuerzas más populares se pusieron al servicio de la Revolución con esta esperanza, pero el poder de la burguesía acaparó pronto el protagonismo de los matices – entre girondinos y jacobinos – y controló el proceso y límite hasta el que llegaría. No puede obviarse que estas reclamaciones en el fondo constituían un ejercicio de la TCyD entre clases sociales por el poder, que fueron lideradas por la burguesía. Pero la competición no era ideológicamente formulada para reemplazar una élite por otra, como hasta la fecha, sino para aumentar el reparto del poder, esto es, favoreciendo por tanto la TPyC sobre más individuos.

Así pues, la versión rupturista de los liberales que finalmente triunfó a raíz de las sucesivas revoluciones del siglo XIX (1820, 1830, 1848,…) configuró una primera generación de la izquierda política, con una propuesta que a lo largo de la Modernidad fue imponiéndose gradualmente en Occidente. En el nuevo equilibrio de Dobzhansky, la TPyC se volcaba por primera vez en milenios en el reconocimiento explícito de ciertos derechos del individuo, los llamados derechos de primera generación, y la TCyD se centraba en una competencia controlada entre individuos en el ámbito económico y político que aumentase las capacidades adaptativas de las sociedades humanas.

El reconocimiento de la TPyC tuvo como hitodeclaration_of_the_rights_of_man_and_of_the_citizen_in_1789 la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del mismo 1789, germen de los Derechos Humanos que hoy conocemos. Por su parte, la TCyD materializó las bases competitivas de las democracias liberales y capitalistas de nuestros días. Ambas fueron expresión histórica de las reflexiones que los ilustrados del siglo XVIII habían promovido, con muchas figuras destacadas como las de A. Smith o Montesquieu. El carácter emblemático de la Revolución Francesa no puede, sin embargo, eclipsar otros episodios históricos muy significativos que le precedieron, especialmente en el movimiento de los levellers ingleses del ejército de Cromwell, que se habían enfrentado al autoritarismo de Carlos I de Inglaterra ya en el siglo XVII o, por supuesto, la inspiradora independencia de los Estados Unidos de América que pocos años antes había proclamado la igualdad de los hombres ante la ley en su Constitución.

De hecho, mucho antes de que se materializase ese escenario revolucionario, la reflexión desde la filosofía política venía de tiempo atrás fundamentando el cambio ideológico. El Renacimiento y el giro antropocéntrico de la Modernidad habían supuesto un reconocimiento a la importancia de la dimensión del individuo, del sujeto moderno que ya no podía ser maquiavelo1subsumido en la totalidad del grupo (pueblo, ciudad, reino, imperio o iglesia). Por eso, incluso en las filosofías políticas legitimadoras del Antiguo Régimen cobró especial relevancia el análisis del comportamiento del individuo para la legitimación política, abandonándose dentro del racionalismo moderno las legitimaciones más numinosas de tipo teocrático. Así, ya en el Renacimiento, Maquiavelo, recuperando la independencia de la política como arte o ciencia, fundamentó su conocida filosofía política en una antropología particular: la imagen de un individuo del que desconfiar, más tendente a la desobediencia que a la lealtad, al provecho propio que al ajeno, y que debía ser controlado mediante todo tipo de artes al servicio del mantenimiento del poder del príncipe, por bien de la República.

Abundando en esta línea se proyectaría, ya entrado el siglo XVII, el pensamiento de Hobbes a favor precisamente del absolutismo monárquico, legitimado no en el designio divino sino fundamentalmente por ser garante de la paz en medio de la discordia natural humana. Esa cupiditas era la que tanta sangre había derramado en Europa a propósito, entre otras, de las guerras de religión, y en particular en Inglaterra, a propósito de las disputas entre monárquicos y parlamentarios. Estas filosofías políticashomo-homini-lupus-400x270 conservadoras primaron el valor de la tradición y el statu quo para la supervivencia del grupo sosteniendo el pesimismo antropológico propio de éstas, pero bajo argumentos racionales, y por tanto discutibles. Así se reforzó la imagen de un ser humano naturalmente hostil, homo homini lupus, individuo que hay que domesticar para la supervivencia del grupo por medio del Leviatán que encarna el Estado absolutista.

No obstante, el progresivo reconocimiento del sujeto moderno tuvo, como es natural, su correlato optimista. A la imagen de hombre como pecador incorregible y sólo salvable por la gracia divina promovida por ciertas corrientes predominantes en el cristianismo que habían sepultado el humanismo clásico, comenzaron a oponerse ciertas corrientes humanistas que subrayaban la filiación divina de la criatura humana y su semejanza al creador. Sobre estas bases, el Renacimiento impulsado por el redescubrimiento de los clásicos se abrió al citado giro antropocéntrico frente al teocentrismo medieval. Con ello la Modernidad llegaba newatlantis1poniendo en manos de los hombres buena parte de su destino, al cual debían enfrentarse fundamentalmente con la razón. En esta línea surgieron autores como T. Moro y su UtopíaT. Campanella y su obra La ciudad del Sol o F. Bacon y su Nueva Atlántida, que establecieron las bases de un humanismo utópico, como ya comentamos en esta entrada. En esta línea alcanzamos el siglo de las luces y el optimismo del proyecto Ilustrado, con la figura de Rousseau y su mito del bon sauvage que nos plantea una antropología inversa: la imagen de un individuo bueno por naturaleza, corrompido por su dimensión social y en particular por la propiedad privada. Las que más adelante se fraguarían como posiciones de izquierda política de segunda generación, como las del socialismo utópico, heredarían el testigo de este optimismo antropológico.

Entre una línea y otra venía triunfando una tercera vía pragmática apadrinada por la figura de J. Locke. El liberalismo político, que continuaron Montesquieu, Bentham o Hume se distanciaba del optimismo antropológico de Rousseau y era reticente a la implementación conservadora que implicaba el pesimismo antropológico de Hobbes: proponía en su lugar un reconocimiento a la libertad política y económica (y progresivamente moral) del individuo sin entrar a juzgarlo como individuo siempre y cuando respetase dicho marco de libertad.

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Este liberalismo fue progresivamente triunfando en el imaginario de las burguesías europeas, consolidando la idea ilustrada de que la libertad concedida al sujeto racional (en el plano económico, político y moral) contribuía a aumentar nuestros niveles de bienestar y esperanza de vida, como así fue sucediendo. En ese espacio de progresiva libertad del individuo, la ciencia y con ella la técnica, liberadas de ataduras dogmáticas y supersticiosas, fueron progresando hacia cotas inimaginables pocas décadas antes.

El proyecto de la Ilustración, superando la contradicción del propio despotismo ilustrado, acabó otorgando a la racionalidad y a la autonomía de todo sujeto una importancia capital, al estilo de Kant, fijando los pilares sobre los que se edificaron las democracias liberales de nuestros días, claramente herederas de esta tercera vía de Locke: su consolidada difusión en todo el mundo es una prueba de difícil refutación para los beneficios que supone a individuos y sociedades, incluso sin necesidad de caer en triunfalismos al estilo de Fukuyama  y su proclamacion del fin de la historia. El equilibrio Dobzhansky de la antigüedad se vio así desplazado por uno nuevo que ya ofrecía la primera versión histórica de la dicotomía izquierda-derecha. Pero, como todo equilibrio de estabilidad relativa, pronto conocería nuevas tensiones.

La izquierda de segunda generación

La progresiva superación de los modelos económicos, sociales y políticos del Antiguo Régimen no impidió que el liberalismo clásico encontrase su contrapunto en nuevas formulaciones ideológicas que atacaron sus contradicciones y carencias planteando nuevos equilibrios. Buena parte de estos nuevos frentes se debió al aumento de la complejidad social desatada por las cotas de libertad abiertas por la demanda liberal, lo que hizo que la heterogeneidad social creciese formándose auténticas conciencias de clase, con su respectiva identidad, formas de conducta e ideología.

La revolución científica renacentista y la mejora sustancial de la técnica desarrolladas en un espacio político y económico mucho más abierto hicieron germinar ya a finales del siglo XVIII la Revolución Industrial, con el significativo foco originario de Inglaterra, donde el parlamentarismo y la tradición liberal antes se habían impuesto. Al estilo de la Revolución del Neolítico y la sedentarización, esta800px-honorc3a9_daumier_034 revolución conllevó transformaciones sociales todavía más vertiginosas que pronto hicieron tambalear el equilibrio Dobzhansky que había tensado la primera generación de la izquierda por insuficiente: Decía con sorna Anatole France que se admiraba de la maravillosa igualdad ante la ley de los hombres libres propia de este Estado liberal, que permitía a pobres y a ricos dormir bajo un puente o recoger del suelo un trozo de pan abandonado.

francia_revolucic3b3nIndudablemente, el liberalismo político, instigado significativamente por las élites burguesas, se había focalizado en la primera de las proclamaciones de la Revolución Francesa, la Liberté – en el sentido de libertad negativa – y había entendido en sentido restringido y formal la de Égalité (excluyendo a colectivos como las mujeres o los negros, y desconfiando por gregaria e injusta de la Égalité en sentido material). Su respuesta a la abstracta Fraternité fue la de aferrarse, como veremos más adelante, al nacionalismo en el plano ideológico. En el sentido material para estas dos desarrolló, no sin resistencia, incipientes y tímidas redes de protección social desde el Estado (i.e. educación pública). El esquema de la caridad tradicional y la promesa de mayor riqueza para todos con el progreso del esfuerzo individual y la mano invisible del mercado siguieron pesando.

La complacencia liberal alcanzó su cénit probablemente con la Filosofía de la Historia de Hegel que había hecho de esta libertad del individuo el progresivo motor de la historia en el despliegue del Espíritu absoluto, y de la Prusia de su tiempo, la panacea y culminación de dicha historia, como ya comentamos en esta entrada. También se viviría similar experiencia en Inglaterra, donde la «alucinación nacional» en palabras de Toynbee, tomó a la Inglaterra victoriana como la culminación histórica del futuro desarrollo económico, auténtica “unidad mínima de la civilización occidental”. Los herederos del sistemático Hegel asumieron la importancia de la historia y el enfrentamiento dialéctico, pero cuestionaron desde muy diversos frentes toda su cosmovisión idealista y su legitimación ideológica. En particular destacaron primero Feuerbach y después Marx, que tomaron el testigo de la línea de Rousseau y su optimismo antropológico, y con ello se revitalizó un humanismo, incluso ateo, en el que destacaron muchos otros filósofos y pensadores políticos como H. Saint-Simon, C. Fourier,  R. Owen, P.-J. Proudhon M. Bakunin.

marx_bakunin_01-1El pensamiento socialista, el marxista y el anarquista, con matices todos ellos, amén de otras corrientes ideológicas que se configurarían después como izquierda política, propugnaban como es bien conocido diferentes formas de socialización de los bienes o incluso abolición de la propiedad privada de los medios de producción, ofreciendo diversas propuestas de control del proceso, bien por la vía de la abolición del Estado bien por su utilización transitoria por parte del proletariado. Además de los movimientos obreros, otras fuertes corrientes profundizaron en las demandas sociales de la primera izquierda liberal, como fue el feminismo o el abolicionismo comenzando por la obvia demanda de igualdad política para mujeres y negros, especialmente en EEUU.

En todas estas propuestas, tan distintas en muchos aspectos, puede apreciarse sin embargo cómo la TPyC sobre los individuos que la primera izquierda liberal había defendido era llevada aún más allá: El optimismo antropológico de Rousseau inspiró las tesis de quienes confiaban en la bondad de la participación popular efectiva y operativa (fuera por vía democrática o revolucionaria) de forma que pudiese incluso cuestionar el orden establecido del libre mercado y de la libertad política que había sido lograda, desenmascarándola como parcial, injusta o incluso sometida a la servidumbre del poder del capital.Pankhurst Jeered Estas ideologías extendían de este modo la TPyC a nivel individual tanto en sentido político-formal como en sentido material, aunque esto supusiera reducir la cobertura ideológica y jurídica sobre la libertad económica de los individuos más pudientes. Buscaban con ello amparar a aquellos que por su origen de nacimiento o por el infortunio vital pudieran verse despojados de mínimos niveles de subsistencia profundizando en la Égalité. Para ello se asentaban en ese optimismo que postulaba como factible la constitución de la volonté générale como sujeto político más allá de las aspiraciones egoístas de individuos naturalmente buenos pero corrompidos por la propiedad privada y el amour propre. La extensión del reconocimiento político hasta el sufragio universal sin distinción de clase social, sexo o raza fue en esta línea. El individuo sería así protegido y conservado más allá que lo que el liberalismo burgués, masculino y blanco había logrado.

362px-bundesarchiv_bild_183-r29818_otto_von_bismarckEl siglo XIX fue así el conocido escaparate de huelgas, revueltas, e incluso revoluciones que acabaron forzando el establecimiento de los primeros mecanismos de protección social, como la primera versión de Seguridad Social que nació en Alemania, en la época de Bismarck, en 1883. Todos estos movimientos se hicieron herederos del proyecto de emancipación ilustrado. Las fecundas tesis marxistas, anarquistas, los socialismos utópicos y toda una serie de elaboraciones ideológicas semejantes se configuraron como izquierda de segunda generación, esa izquierda hegeliana como Habermas la bautizaría, que acabó acaparando los rasgos típicos de la izquierda política que ha llegado hasta nuestros días.

No es casualidad que un pensador como Nietzsche, con todos los matices que puedan hacerse sobre su ambiguo e inclasificable pensamiento, desde su voluntad de poder razonablemente emparentada con la TCyD y su rechazo a la compasión, criticase con dureza el nihilismo de cristianos y socialistas. Los primeros llevaban siglos apuntalando ideológicamente los regímenes de la antigüedad copando los mecanismos de TPyC a nivel grupal e individual en sentido material. Los segundos, comprometidos con la libertad moral y contrarios desde su óptica a la alienación ideologizada de la manipulación religiosa, compartían sin embargo con sus redes caritativas el fin de proteger a los más débiles y empobrecidos.

La configuración de la derecha política

La segunda generación de la izquierda llevaba tiempo soterrando a aquella que pareció salir exitosa de la Revolución Francesa. Por eso, su emergencia y aspiración por repartir los privilegios que la burguesía liberal retenía en el nuevo modelo, fueron alineando las posiciones que apenas un siglo antes habían sido antagónicas entre conservadores y liberales, afianzando progresivamente las nociones de izquierda y derecha políticas que conocemos y que alteraron la acepción original.

150px-sanzio_01_plato_aristotleAsí, la derecha política fue progresivamente configurándose hallando formas de compatibilidad en las élites políticas y económicas. Se reconocía el triunfo en legitimidad política y el éxito económico de las tesis liberales, por un lado, y se retenían las tesis conservadoras fundamentalmente a nivel moral. No es difícil, por otra parte, detectar cómo ambos pensamientos guardaban profundas semejanzas inspiradas por la TCyD: el reconocimiento privilegiado de ciertas capas de la población de forma legítima y la naturalización de la desprotección mayoritaria del resto (ya fuera por motivos de destreza en la competencia social o aristocráticos de nacimiento). El metarrelato que compartían, inspirado por esta tendencia, describía que la competencia social ubica en esa cúspide privilegiada a los mejores, y contribuye con mano invisible a la riqueza de las naciones. E incluso admitiendo ineficiencias, el igualitarismo nivelador y gregario por la fuerza, resultaba evidentemente injusto pues, como apuntaba Aristóteles, tan injusto es tratar desigual a los iguales como igual a los desiguales. La jerarquía natural apuntalaba esta tesis.

200px-spencer1No obstante, el desarrollo teórico en favor de la jerarquización alcanzó cotas importantes con el darwinismo social de H. Spencer y compañía, atento sólo a la TCyD como principal fuerza de la lucha por la vida, que transformó ideas científicas en instrumentos ideológicos. Así, frente al óptimo natural, la tesis liberal asumió que toda intervención artificial del Estado en el libre juego de agentes entorpecía esta selección natural que siempre encuentra el equilibrio óptimo en la ley de oferta y demanda del mercado. El papel del Estado debía favorecer esta selección mediante el estímulo de la competencia (e incluso de prácticas eugenésicas para la especie), reducirse a mantener el orden social que posibilita esa competencia (seguridad, propiedad privada,…), y cuando fuera preciso intervenir en el comportamiento moral de los individuos (satisfaciendo las demandas conservadoras) para preservar el statu quo que hace funcionar al sistema. Una vez alcanzado cierto reparto del poder político y económico, la nueva élite pudiente en seguida se atrincheró en las estructuras clásicas de conservación social como las de la religión institucional que, a su vez, veía amenazado su poder e influencia desde las iniciativas de la izquierda política. Este frente se posicionó ante la ruptura desmoralizante de la izquierda política, subversiva a valores y costumbres de la tradición. Una nueva TPyC grupal configuraba esta derecha política ante el peligro de disgregación social de los movimientos rupturistas de la izquierda.

El nuevo equilibrio Dobzhansky que se establecía volvía a tensarse entre la TCyD y la TPyC en el eje político izquierda-derecha que hoy conocemos. El desarrollo conceptual y propagandístico para la legitimación ideológica de ambas posturas, dentro de los miles de matices que se podrían identificar en cada polo, fue de tan profundo calado que casi dos siglos después, y a pesar de todo lo acontecido en el movido siglo XX, la izquierda y la derecha siguen siendo los principales cristales por los que somos capaces de entender el juego políticio que vertebra ideológicamente nuestra convivencia y politiza la inmensa mayoría de nuestros espacios simbólicos.

Pero el alineamiento de las posiciones conservadoras y liberales no fue evidentemente completo (como prueba el hecho de que hoy sigan discerniéndose políticamente en muchos países). Un factor esencial a priori los distanciaba: la preocupación explícita por la cohesión social en torno a un núcleo ideológico común obedeciendo a la TPyC del grupo. La virtud de esta tensión era regulada por el modelo conservador con su legislación intervencionista y sobre todo por su cohesión e histórica raigambre de tradición y costumbres articuladas socialmente por vías religiosas y morales. Sin embargo, el sistema liberal difícilmente podía ofrecer los mismos niveles de cohesión social si lo fiaba todo al atractivo de las ventajas económicas que traería la mano invisible del mercado y al espacio de libertad individual adquirido.

Este era el miedo de algunos, como Tocqueville que encontraba acomodamiento y mediocridad en este individualismo, sólo superable por libre asociación democrática para la participación en los asuntos colectivos que fraguaran una suerte de moral pública. El liberalismo, que no surgió de la nada, aprovechó sin embargo los precedentes del delacroix_1024-768Antiguo régimen y los transformó para consolidar, en palabras de Hegel, una Sittlichkeit, una ética compartida o núcleo ideológico común que atendiera a la demanda de esta TPyC a nivel grupal. Por eso, las posiciones liberales hicieron valer su cambio de paradigma echando mano de una de las ideologías políticas más potentes a la par que instrumentales que la Modernidad trajo consigo: el nacionalismo. Todo ello lo veremos en una próxima entrada.

Puntos de apoyo

F. Quesada, Ciudad y Ciudadanía. Senderos contemporáneos de la Filosofía política.

N. Maquiavelo, El príncipe

T. Hobbes, De cive

J-J. Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad de los hombres

F. Fernández Buey, Marx (sin) ismos

A. Tocqueville, La democracia en América