Filosofa, ingeniero. Tensión diferencial y contraste

Javier Jurado

Artículo publicado en la revista BIT del COIT en el número 154, enero de 2006

Aquel que se pretende filósofo se hace pero también nace. Por ello, cualquier realidad en la que vive – como ser ingeniero de Telecomunicación – ha de acogerla, observarla y responder ante ella. Si, como decía Ortega, la claridad es la cortesía del filósofo, el filósofo – y más si es ingeniero – además ha de ser capaz de encontrar estructuras paralelas que faciliten la comprensión del entorno que observa, acudiendo a su cotidianeidad – inmersa entre cables, bits y ecuaciones – para dar respuesta a los interrogantes más radicales. Grandes filósofos han sido mediocres pedagogos, y sin embargo han sido capaces de sintetizar en metáforas y paralelismos sencillos e intuitivos la inmensidad de matices de su filosofía.

La presente y futura Sociedad de la Información condensa su pilar básico en que la inmensa mayoría de las tareas que hacemos a lo largo del día y de nuestra vida tienen que ver con un intercambio de información que realizamos a través de nuestros sentidos. Esto demanda un análisis profundo que enfrente la realidad generada en parte por las Telecomunicaciones con visiones como la de la Filosofía para comprender esta revolución que ha llegado a bautizar el período histórico en el que nos encontramos. Por eso es, aunque extraño, necesario filosofar las telecomunicaciones, como en el ejemplo que atañe a este artículo.

Tensión diferencial

¿Para qué telecomunicar? Pues fundamentalmente para intercambiar la información cuando no nos hallamos frente a frente como es en el caso natural. Telecomunicar porque el intercambio de información es una necesidad biológica, y que gracias a la técnica podemos satisfacer más plenamente salvando las distancias que la limitan. La tecnología aplicada, como siempre, nace de esta necesidad de intercambio, que inspira todo avance tecnológico en el entorno de las comunicaciones, todo empeño por dar utilidad a descubrimientos de la ciencia aparentemente fríos y ajenos a esta necesidad de intercambiar información como la de quien intercambia oxígeno.

¿Y qué es información? Dice la RAE que la palabra información es la acción y efecto de informar. La primera de las acepciones de informar es enterar, dar noticia de algo. Pero no basta. Es preciso buscar el sentido ulterior, esencial, de la palabra información. Así se encuentra en la acepción que la define como dar forma sustancial a algo.

Probablemente el origen de este término proceda de Aristóteles, a través de su teoría hilemórfica, según la cual los objetos reales están formados por materia y forma, siendo ésta última la esencia de los mismos que los hace ser lo que son. La forma estructura la materia homogénea de la que están hechos, concretándose. Todo un compendio de términos surge a raíz de esta teoría: la materia es uniforme y en cierto sentido también amorfa. Entonces es informada, de modo que interactuando con la forma, constituyen ambas la realidad plena de los objetos. La forma y la materia abstractas – la materia del universo al completo, y la forma como el hecho de pertenecer a una especie – se conjugan mutuamente para concretarse.

La información, por tanto, consiste en la concreción, en la figura explícita, en ser algo distinto. La información es la realidad hecha forma, y en cuanto que noticia que comunicar, es el hecho diferencial de su expresión. Es la realidad embutida en logos – pensamiento y palabra – que formada de entre la infinidad de sus representaciones, trata de expresar la verdad acerca de ella. El hecho radical de la información es el de tener forma, una forma y no otra: el hecho de la diferenciación. La información es el contraste, la aportación, lo novedoso. La información suma, añade, se distingue.

Por ello, permanecer escuchando el silencio o un sonido constante nos deja básicamente indiferentes: no nos aporta más información que la duración o la intensidad de los fenómenos – a veces incluso estos parámetros bastan para intercambiar información. Pero en la idealidad de un silencio absoluto y eterno, comprendemos que lo inalterable, lo sempiterno, no constituye ni aporta en ningún caso información: de siempre lo hemos sido y sabido, nunca llamó nuestra atención, nunca lo hará – quizá por eso la materia, sin forma, ya desde Platón, presentaba el problema de la eternidad.

La Ingeniería, práctica como siempre, aprovecha esta caracterización para el tratamiento y transmisión de la información representándola en la diferencia existente entre estados absolutos de las magnitudes: he ahí el porqué del empleo de una diferencia de potencial eléctrico, de un incremento en la resistencia, de una alteración de la intensidad lumínica. La información se acomoda mejor en el hecho diferencial de estados distintos. Bit a bit, sí o no, hablo o me callo.

Ésta es la razón por la que la información traducida en la medida de una magnitud física existe cuando ésta es alterable en función de otra (tiempo, frecuencia, código,…). Lo homogéneo, la tensión eléctrica continua por ejemplo, nos deja indiferentes, nos mantiene ciegos. Es, en muchos casos, un lastre, una pérdida de esfuerzo que se consume en balde y que ha de evitarse o aprovecharse de algún modo. La información existe en lo novedoso. Muchas técnicas para el envío y tratamiento de información digital muestran precisamente la esencialidad del cambio: La compresión en MPEG, por ejemplo, emplea técnicas de predicción e interpolación, teniendo en cuenta la correlación existente entre muestras consecutivas, y que es redundante. Esto permite que la información transmitida se centre básicamente en los elementos diferenciales: En una imagen de vídeo, el cielo de fondo es aproximadamente invariante, y no es preciso reenviar que vuelve a ser de color azul.

Todo aditivo necesario para su transporte es, como decíamos, una redundancia innecesaria en cuanto a la razón de ser de la información, aprovechada para adaptarse al medio, o para proteger la información en caso del deterioro. Así se emplean las portadoras, para el traslado a frecuencias más convenientes frente al ruido, o los códigos de redundancia cíclica para su protección.

Contraste

La coherencia llama ahora a la puerta de la Ingeniería y la Filosofía, para que los primeros postulados y principios vuelvan a asomarse en el camino de la deducción y la investigación. Con esta coherencia podemos observar que la información, estrictamente estudiada desde el punto de vista de las telecomunicaciones, presenta consecuencias interesantes para la perspectiva filosófica que probablemente la generó: Si el intercambio de información es una necesidad biológica humana, la ciencia que ama el saber debe reconocer la lección que esta realidad diferencial de la información desde el aspecto técnico le observa: El contraste, la réplica, la contestación, la crítica, la observación… son los verdaderos generadores de conocimiento, residuo que queda al trillar información.

El clásico concepto de dialéctica habla precisamente, en una de sus acepciones, de la capacidad generatriz que tienen las realidades que se contrastan, que se oponen. La dialéctica proporciona novedad, y ésta no ha de ser necesariamente provechosa ni acertada, pero de ella ha de vivir quien pretenda corroborar y dar continuidad a su opuesta. La búsqueda de la verdad precisamente se alimenta del contraste constante que viven los intentos de expresarla. Perspectivismo, en Ortega. La intromisión del tiempo en esta búsqueda progresiva otorga a la Filosofía su historicidad.

A través de la demanda de los tiempos, la búsqueda de la verdad ha ido reapuntándose como proa de barco, consistiendo cada nueva perspectiva en fuerza que procuraba corregir la inercia de los siglos y los pueblos. Tan pronto como estas nuevas perspectivas acababan por instaurarse como nuevas tendencias que seguir, el proceso inercial se repite, renovándose la demanda de los tiempos en un nuevo entorno histórico para solicitar nuevas perspectivas y correcciones con verdades parciales adecuadas al momento histórico para que colaboren en la búsqueda de la verdad universal.

La moraleja del hecho diferencial en el que la información consiste, confirma la necesidad de que para buscar la verdad es preciso el diálogo – reapuntamiento del timón. Contraste parecido a la mayéutica socrática, arte de las matronas que asisten a las parturientas para dar a luz. Toda búsqueda de conocimiento, que parte de la materia bruta de la información, requiere del contraste, de la iluminación recíproca, de la ayuda solícita para dar a luz a la verdad que a través de nuestras capacidades podemos asumir, y que llamamos conocimiento.

Para garantizar que discurrimos por el camino hacia la verdad, nada mejor como constatar que nuestra verdad se recicla constantemente a través del hecho diferencial que puede aportarnos el contraste con otras perspectivas. Ése es el paseo constante que daba Sócrates en busca de contrincantes que lo pudieran alumbrar, ése es el gran intercambio que hoy en día las Telecomunicaciones pueden permitir.

3 comentarios en “Filosofa, ingeniero. Tensión diferencial y contraste

  1. Pingback: La moderación nunca es tendencia | La galería de los perplejos

  2. Pingback: En el enjambre de Byung-Chul Han (I): Capitalismo y sociedad digital | La galería de los perplejos

  3. Herrgoldmundo

    Hola Javier.

    La tensión diferencial sería el análogo a la «dialéctica» (lucha de contrarios) de la que nos habla la filosofía. Y, además, ya han habido autores que también se han referido a la «ingeniería social» para señalarnos que, de hecho, vivimos pre-programados por el ente social.
    De igual manera, y ya que has aludido a Ortega, el proyecto de vida orteguiano también se podría denominar (como hace Sloterdijk) programa de vida.

    Un saludo.

    Me gusta

Deja un comentario